miércoles, 26 de febrero de 2014

EL CUERPO DE LA TIERRA



MIGUEL SERRANO EN EUROPA 

El cuerpo de la tierra
Yo soy el que soy. Soy el corazón de la tierra, Todo el resto es desvarío.
O.V. de L. Milosz




No hemos sido los primeros en observar que su país escatima a Miguel Serrano los honores merecidos. A un escritor editado por prestigiosas casas de Inglaterra o de Estados Unidos; publicado incluso en farsi y en japonés. No hace mucho que otra de sus obras, El Círculo Hermético, ha visto la luz en francés (Georg Ed. Ginebra, 1991). Y es en las páginas de la revista belga Vouloir que el ensayista Bruno Dietsch dedica el siguiente comentario a la obra del escritor chileno. Nemo propheta acceptus est in patria...? (N.d.I.R.)

1. La Araucana
E
S por La Araucana que nuestro camino comienza.

La Araucana es la epopeya de la conquista de esta tierra que se llama Chile (Chili-Mapu, país de la Estrella de la Mañana), escrita por un conquistador-poeta, Alonso de Ercilla. Se encontraba inédita en lengua francesa desde hacia más de un siglo. Hela aquí editada por fin, por las ediciones Utz, la vieja traducción de 1869. Pero hay que señalar que esta edición es parcial: cosa que no se menciona ni en la tapa ni en la portada, y sólo fugazmente en el prefacio, no se trata más que de los quince primeros cantos. Segundo punto negro: este prefacio, precisamente; brillante y hueca disertación intelecto-parisién bienpensante, verdadero escupitajo en el rostro de ese hombre de armas y de pluma que fue Ercilla. No obstante, hemos escogido señalaros esta publicación, poniendo uno junto al otro los nombres de Ercilla y de Miguel Serrano. Porque Miguel Serrano, además del hecho de ser su mayor comentarista y un inmenso escritor, tene un punto en común con Ercilla: en el sentido de que su obra está indisolublemente ligada a la patria carnal, de la que Ercilla describe ciertos paisajes y el acto fundador, una guerra de conquista en la que las dos partes enfrentadas dieron prueba de un heroísmo extremo. No se busque en Ercilla ningún lirismo sentimental; en aquellos tiempos, la hinchazón de la literatura novelesca y sentimental no había tenido aún lugar. La sobriedad es aquí de rigor y no vamos a recargar con una exégesis ese texto que todos pueden leer, y que por ende no es necesario describir e intentar evocar; ejercicio que realizaremos para otro texto totalmente desconocido en el área francófona y de difícil acceso, la Trilogía de la Búsqueda en el Mundo Exterior. Nada más, por tanto, que la embriaguez del combate y el estruendo de las armas; una raza guerrera se enfrenta a otra raza guerrera, y de su sangre derramada se abreva el cuerpo de la Tierra; como, más tarde, en tiempos harto más sombríos, se nutrirá de la sangre de una juventud portadora de una esperanza de renovación de la raza, asesinada –en el Seguro Obrero- por un gobierno “democrático” y las instancias ocultas detrás de éste.

2. La Trilogía de la Búsqueda en el Mundo Exterior

Nuestro camino nos conduce enseguida al encuentro de la Trilogía de la Búsqueda en el Mundo Exterior de Miguel Serrano, totalmente inédita en francés, pero que –esperamos- no lo permanecerá siempre. Ni por Mar ni por Tierra, primera parte de la Trilogía, y cuyo título alude a un verso de Píndaro (“Ni por Mar ni por tierra llegarás ni país de los Hiperbóreos”) cuenta una peregrinación sobre el cuerpo de la tierra que es Chile (Chili-Mapu, “el país de la Estrella de la Mañana”, como dice Miguel Serrano en El Ultimo Avatara), Esta peregrinación está precedida por un preludio misterioso que expone las “razones del alma” que han llevado al autor a emprender un viaje a la Antártida en 1947 a bordo de la fragata Covadonga de la marina chilena y las “razones de la tierra”. “Historia de la búsqueda en una generación”, una generación perdida, la del autor, una generación predestinada, marcada, sacrificada; destino sacrificial del que la matanza del Seguro Obrero fue como la corona sangrienta. Pero, sobre la piedra de tu cuerpo desgarrado yo edificaré el Templo del Sol, habría podido decir Miguel Serrano. En fin, la peregrinación se detiene provisionalmente en los altos helechos de la isla de Chiloé.
El segundo paso de la Trilogia es el relato Quién llama en los Hielos, relato de un viaje exterior-interior a la Antártida, Relato puesto bajo el signo de lo no-dicho. De partida lo no-dicho esencial: la última palabra es siempre indecible. Pero también lo no-dicho debido a la circunstancia, a la coyuntura. Miguel Serrano no dice a Quién ha ido a buscar a la Antártida, a Quién ha encontrado. Lo ha revelado más tarde. Pero en la hora, el sol está velado; como la luz del Paraiso nos llega a través del tamiz de las sombras del Purgatorio y del Infierno, y más nos hiere su belleza.
Por fin, La Serpiente del Paraiso: el itinerario desemboca en la India y también en un lugar sin lugar, interior-exterior, un topos atopos, “el Vacio”, “en medio de (…las) cumbres, (allí donde permanece) el (...)Desposado, que es (...) el Hermano del Silencio”.

3. La misteriosa expectativa de
las potencialidades

            La composición extraña de Ni
por mar ni por tierra –que hemos detallado más arriba- nos parece ocultar ya en ella misma una enseñanza profunda. Alguna vez, para vencer la desesperación de una generación, hay que sumergirse en el paisaje de la patria, a riesgo de perderse allí. No negar más esta naturaleza tan aplastante, de los Andes y del Gran Sur, en este caso. No más desarrollarse al lado, haciendo como si ella no existiera; no más referirse a modelos de Vida y de pensamiento nacidos con el correr de los siglos bajo otros cielos: porque América del Sur no es Europa. Para disipar la Gran Sombra, dejarse impregnar por ella. Sin lo cual no se puede redimir la faz sombría del paisaje, que se insinúa en las profundidades del alma humana. ¿Ambición desmedida o verdadero realismo mágico? Se lee en el capitulo “La Provincia”, in fine:
“Viejos textos y levendas afirman que las catástrofes vienen sincronizada, con el alma de los hombres. La tierra se modífica bajo el influjo de la mente humana en su acontecer profundo. El hombre desconoce el poder que tiene sobre la naturaleza y sus fenómenos. Si los hombres cambiaran, la Tierra también lo haría.
La asunción –en todos los sentidos imaginables del término, incluyendo el hecho de asumir- de la sombra que frecuenta esos parajes del Sur del Mundo, es el más justo precio de la purificación del alma de los hombres. El Sur  Extremo, el Polo Sur, es el sexo de la tierra, según la ciencia secreta de la geomorfología. “Satán, sexo de la tierra, es la Naturaleza que multiplica y crea (...). Es la suma de nuesras sombras. Algo así como el archivo de los pesares y la noche de la Humanidad” (capítulo “El Maestro me habla del Polo Sur” ). Esta correspondencia secreta de la sombra de la Naturaleza y de la sombra del hombre hace del viaje un viaje tanto exterior como interior (iniciación en Shambala, iniciación en Agarthi). En una misma búsqueda: redimir el paisaje por la
mirada, y por ello, eternizarse uno mismo, conquistar la inmortalidad.
Y el paisaje, parece, no espera otra cosa que esta redención por la mirada. Como la flor de los hielos reclama el aparato fotográfico para ser revelada (ver Quien llama en los Hielos), una “flor que no existe, pero más real que todas las flores de los jardines de la tierra” espera nuestra mirada para nacer en el corazón del paisaje. Es la misteriosa expectativa de las potencialidades, son las envolturas de los posibles que esperan nuestra fe, nuestra mirada interior, nuestro espíritu creador.
Y la apuesta es inmensa. Porque la interdependencia no es solamente aquélla entre el hombre y la naturaleza, es también la de los hombres entre ellos. En Quién llama en los Hielos, el Maestro, aparecido en astral, declara: “…No olvides, la prueba que se aveciina es dura y si fracasas, dañarás a muchos; porque la vida de los hombres está misteriosamente unida y la aventura de uno alcanza a todos, Existen hilos invisibles que entrelazan la humanidad”.
Es la “interdependencia universal”, como dice Raymond Abellio, la verdadera “comunión de los santos”.
De esta asunción de la sombra sacan su forma particular de lo sublime las tres partes de la Trilogía. Es lo sublime según Schopenhauer, lo sublime de Rilke. El horror se mexcla inextricablemente a la belleza, la sombra a la luz, y es ésta la que domina. Como escribía Hermann Hesse a propósito del genial Hans Carossa: “Estas imágenes no son siempre bellas ni agradables, pero son siempre verdaderas y vienen de la profundidad donde el espanto no se distingue ya del arrebato”. Conviene aquí citar in extenso un pasaje de La Serpiente del Paraíso [que se acaba de reeditar, NdlR.], en el capitulo “La vieja Delhi”, in fine: “Un día vi venir a un hombre tirando de un pequeño carro de madera, un cajón con ruedas Adentro traía una cosa pequeña, un cuerpo sin piernas sólo un busto desnudo, con muñones en lugar de brazos Era una mujer. Sus pechos estaban comidos por la lepra y también parte de su rostro. El cabello le caía en crenchas negras. Su color era negro azulado, el color de la lepra. Pero tenía unos ojos profundos y, al pasar junto a mí, no me pidió nada. Sólo me sonrió, de una manera tan tremenda, tan primordialmente femenina, que confieso que llegué a sentir atracción por esa cosa, por esa mujer-cosa. La esencia de lo femenino estaba aún ahí, intocada, no alcanzada por el mal(...)”.

4. Monismo y dualismo

            La necesaria transmutación simultánea del hombre y del paisaje no es concebible fuera de una Weltanschauung dualista; porque si hay una sombra que nos es preciso redimir, es que hay alguna cosa que ha venido a interponerse entre la Luz y nosotros. La noción de dualismo se presta a todas las confusiones; algunos guenonistas (o guenolatras) han querido hacer de ella el sinónimo de cartesianismo. Se trata aquí, seguro, de una cosa muy diferente, que no tiene nada que ver con la lógica bivalente, sino con la gnosis.
Podemos intentar destacar las huellas de dualismo en las diferentes tradiciones. La Serpiente del Paraíso nos muestra que la tendencia al monismo (en sánscrito ekavada o ekalatvada) es extraña a la tradición mas antigua de la India, la pre-aría de los Siddhas, todavía viva en el tantrismo, que no apunta a la fusión/disolución del Atman en el Brahman (samadhi), sino a un estado aún más profundo, en-stático, para retomar la terminología de Eliade y de Abellio, de asunción, de “eternización” del yo separado por el juego divino del Amor mágico: EL y ELLA unidos y separados para siempre. Toda la obra de Miguel Serrano se refiere a esta doctrina, que en él se inscribe en el cuadro de una cosmogonía igualmente dualista (pero de un dualismo templado, puesto que el dualismo absoluto es metafísicamente insostenible), que no se podría desarrollar aquí. Señalemos que este dualismo metafísico y cosmogónico desemboca en vías que no son precisamente dualistas, ya que se trata de la redención de la parte sombría del Cosmos y, simultaneamente, del alma humana; de la reintegración unífica y salvífica, de las nupcias mágicas de EL y de ELLA, de la recuperación de una totalidad perdida.
Si esta doctrina se evoca aquí en un cuadro hindú, no es propia únicamente de la India, sino que ha conocido resurgencias periódicas en Occidente hasta una fecha reciente. Monista –especialmente en lo que concierne a su cosmogonía- es el judeo-cristianismo, pero en el área cristiana han podido nacer concepciones dualistas: las “herejías” arriana, marcionita, maniquea, cátara, son dualistas en grado variable. El cristianismo esotérico,de Kristos es dualista (ver La Resurrección del Héroe). Monista es el Islam sunnita, dualista el Islam shíita, particulannente el ismaelismo, como las religiones de la antigua Persia. En el siglo Veinte, Guénones monista; Corbin (y el novelista Henri Bosco) están impregnados de dualismo. Miguel Serrano ha dado la expresión tal vez más acabada de un esoterismo dualista. En La Serpiente del Paraíso va incluso hasta entregarnos una concepción cíclológica marcada de dualismo y expresada en términos cristianos (capítulo “Cuando el Pez entre en acuario”): a la era del descenso cristico sucede la de la asunción del Todo en la Paloma paraclética. Siempre ese canicter unificante de la gnosis, en tanto que el judeo-cristianismo, esencialmente monista, es dualista en acto, sea que conduzca al rechazo del mundo, de la vida terrena, sea que desemboque en su asimilación a la vida divina y finalmente, por un monismo invertido, pervertido, en el rechazo de toda trascendencia (del protestantismo al modernismo); y la noción de “pecado original”, que hubiese podido permitir preservar un cierto dualismo metafísico, degenera en moralismo yen lucha de clases (en El Cordón Dorado Miguel Serrano nos entrega el verdadero significado del “pecado original”).

5. Las palabras y el silencio

Seguro, todas estas explicaciones no están hechas sino de palabras. Y como dice el Hermano del Silencio en La Serpiente del Paraíso: “Los hombres hablan y hablan, cuando la verdad se encuentra en el silencio”. Pero tal vez las palabras son nuestro último recurso, y la escritura y el sacerdocio (sacrifical) propios a los fines de ciclo (en plural: porque “todo se repite; lo que fue una vez, será de nuevo”; ver Quién llama en los Hielos). Una antigua sabiduría hoy periclitada permitía a algunos elevarse por encima de la vida terrestre del animal-hombre, alcanzar un estado superior, conquistar la sede bienaventurada de los Inmortales; hoy (¿ni siquiera ayer?), el hombre no puede recibir más que una experiencia fugaz de ello, por medio de esos substitutos que son la guerra, la religión, el amor; en último lugar, el arte. La escritura es un substituto y un sacrificio: “Toda realización artística se cumplía a costa de las posibilidades efectivas de una realización personal o divina. Por esto, tal vez, la escritura es contraria a Dios; porque impide que Dios nazca dentro de uno”, declara Miguel Serrano al médico en Quién llama en los Hielos. Y, en el capítulo “Ultima esperanza”: “Si yo cumpliera el pacto con ni alma y arrojara este libro al mar, recogiéndome silencioso y frío dentro del corazón, tal vez recuperara mi esencia y encontrara el Oasis. Pero no sé qué fuerza, qué tentación diabólica de sacrificio personal me empujan, qué deseo de proyectarme en espectáculo. Y también, qué esperanzas de transmitir un mensaje para que otros lo recojan y busquen el camino, cuando yo no exista ya…” Tal vez estas últimas líneas nos entregan el secreto: el rito sacrifical de la escritura participa de la realización descendente, de la obra al rojo, rubedo. Lo confirman además estas líneas de La Serpiente del Paraíso, capítulo “Las bodas”: “Según el budismo mahayánico, tántrico, este Vacío (del Nirvana) es compasión; por esto el Bodhisatva Avalokitesvara entra al Nirvana sólo por un extremo de la cuerda, quedando siempre atado al mundo por el otro”.
Un pálido reflejo de esta doctrina se encuentra en el puritano Nathaniel Hawthorne, en su novela The Scarlet Letter: la experiencia del pecado es necesaria al cristiano. Y nosotros encontramos de nuevo la idea de que es necesario asumir la sombra de la humanidad, la propia como la de los otros, para transmutarla. Siempre vuelven los mismos temas, porque en la obra de Serrano, que se opone a la concepción linear judeo-cristiana del tiempo y del mundo, cada parte se refiere al todo.
En La Serpiente del Paraíso (en el capítulo “En el valle de los Dioses”), Miguel Serrano escribe: “Quise ser sólo un hombre y nada más, comprender primero mi pequeñez, mis límites, cruzar a través de mi propia sombra, vivir todo lo que hay en mí”. Hay un eco de esta misma idea en La liturgia católica y su metafísica de la eterna ostensión (de las Llagas de Cristo). Pero en Miguel Serrano se trata del Cristo de la Atlántida: “Los extremos deberán ser unidos, hay que vivirlo todo, rendirse a todos los cultos...”
Hemos intentado dar una idea de la grandeza de una obra desconocida en el área francófona. Por esto, se nos perdonará haber abusado de las citas. Señalemos para concluir que el desconocimiento de la obra de Serrano, en tanto que un Borges es elevado hasta las nubes, así como el olvido de la epopeya de Alonso de Ercilla, nos parece un síntoma agudo del debilitamiento profundo de las naciones de Europa.
BRUNO DIETSCH
PARIS


(De Vouloir N° 3, enero-febrero 1995) Las citas de la Trilogía de la Búsqueda en el Mundo Exterior corresponden a la edición de 1974 (Ed Nascimiento Santiago). Una traducción más literal del verso de Píndaro (Pítica X. 29-30) reza así: ‘Ni navegando en naves ni yendo a pie encontrarías el camino maravilloso hacia los juegos de los Hiperbóreos”. NdlR.

Publicado en Ciudad de los Césares N° 39, Mayo/Junio/Julio de 1995.




sábado, 8 de febrero de 2014

Geopolítica y Oceanopolítica

GEOPOLÍTICA 
Y
OCEANOPOLÍTICA*






 Espacio de Interacción – Triángulo Polinésico – Espacio Exterior de Desarrollo (de Martínez Busch, Geopolítica)

Marino y académico, el Comandante en Jefe de la Armada de Chile, Almirante Jorge Martínez  Busch, es autor de la Oceanopolítica que ahora nos ocupa. Es, claro, una obra sobre geopolítica; pero, como a diferencia del hemisferio septentrional, en el hemisferio austral del mundo las masas de agua dominan incontrastadamente por sobre las tierras, y el Océano es el factor determinante, el Almirante Martínez propone para esta región el concepto de "oceanopolítica". Ello es válido tanto más para Chile, país que en verdad es una larga fachada litoral sin Hinterland y que, en cambio, se proyecta hacia el corazón del Pacífico. Es lo que el autor nos va a mostrar.
Digamos en primer lugar que se trata de una obra escrita con mucho sentido didáctico, que aborda temas del mayor interés histórico y actual: entre ellos, la concepción de "fronteras marítimas" y la geopolítica del Imperio Español en el Pacífico, en la época colonial; la batalla naval de Leyte (Filipinas) en la Segunda Guerra Mundial; la política internacional de Estados Unidos a partir de ese conflicto bélico-político que responde a una clara conciencia geopolítica, la expresada en los años 40 por Nicholas Spykman; el significado geopolítico de la zona austral de Chile, desde el golfo de Penas –47°S- al polo; la dimensión marítima de la Antártica ante el Derecho del mar, la isla de Pascua como vértice oceánico de Chile, la normativa jurídica del ecosistema del Pacífico, el concepto de Mar Presencial y los problemas que involucra…
Además, se impone una observación: Por lo general, cuando se habla de geopolítica en los países hispanoamericanos, y sobre todo cuando lo hace un oficial de las respectivas Fuerzas Armadas, suele tratarse de una concepción en la que late como "hipótesis de conflicto" el enfrentamiento con el país vecino. La concepción "oceanopolítica" del Almirante Martínez está muy por encima de eso. Se puede decir que inspira y permea toda la obra la sentencia de Haushofer de 1908: "un espacio gigantesco se está extendiendo ante nuestros ojos, con fuerzas que fluyen a él (...), fríamente objetivas, (y que) esperan el alba de la Era del Pacífico, sucesora de la vieja etapa del Atlántico y la caduca del Mediterráneo y de la pequeña Europa". El Almte. Martínez quisiera que los chilenos se empararan de esta doctrina, y aseguraran para su país un puesto digno en este espacio al que se encuentran lanzados.
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La geopolítica clásica, nos dice el Almirante, "plantea como objetivo final el poder mundial por medio de la hegemonía que se obtendrá ocupando el espacio terrestre del hemisferio norte" (la isla Mundial de Mackinder –el conjunto de Europa-Asia-Africa- y la isla-continente de Norteamérica). En lo fundamental, considera al mar sólo como vía de comunicaciones. He aquí una idea novedosa. Generalmente, desde Mackinder, a la geopolítica "continental" (alemana, rusa) se opone la geopolítica "marítima" inglesa y norteamericana (cf. CC 27, "Por una geopolítica americana"). En la perspectiva del Almte. Martínez, toda geopolítica del hemisferio septentrional es necesaria y básicamente terrestre, por aplicarse a la zona del globo en que dominan las masas continentales. Para esta geopolítica, el dominio del mar es instrumental, por así decirlo.
En el hemisferio austral, en cambio, la realidad es otra: "pertenecemos a un hemisferio oceánico por excelencia"; el solo vistazo al globo así lo demuestra. El "Océano Hemisférico Austral", como prefiere denominarlo el Almte. Martínez, ocupa aquí la mayor parte de la superficie. Y en la práctica ocurre que "las tierras del hemisferio sur, con excepción de algunos sectores del Continente Antártico, están todas bajo soberanías absolutas. Sin embargo, queda un gran espacio geográfico, caracterizado por una situación particular en cuanto a su división jurídica y a la potestad que los Estados pueden ejercer sobre él". Se trata del espacio oceánico. De aquí, pues, la oceanopolítica. "Consideración de la existencia del Océano en el entorno geográfico y de la influencia que esta existencia tiene sobre las decisiones políticas", es la oceanopolítica la que lleva a ocupar el espacio oceánico como verdadero espacio de desarrollo y crecimiento del Estado (p. 135). Como área de atracción, dice aún el Almte. Martínez, el espacio geopolítico del hemisferio austral es el mar, más que la tierra.
Como el que más, Chile debe tener una conciencia oceanopolítica: en realidad, su territorio continental (sudamericano) es un territorio-frontera, y la mayor parte de su verdadero "territorio" corresponde al espacio oceánico. un continuo espacial entre el continente y el borde occidental de las 350 millas marinas de plataforma continental de la isla de Pascua. Este "territorio oceánico" comprende las fajas sucesivas del Mar Territorial, el Mar Patrimonial o Zona Económica Exclusiva y el "Mar Presencial". Este último concepto no significa desconocer la Alta Mar –bien común a todos los hombres, no sujeta a soberanía de un Estado particular -, sino reconocer una continuidad espacial entre el territorio continental y antártico y la isla de Pascua, "derivada de la necesidad de ejercer acciones que resguarden nuestra soberanía y, mediante éstas, dar resguardo a la Zona Económica Exclusiva y al Mar Territorial". Se trata de "estar" en esta sección de la Alta Mar, observando y participando en las actividades que en ella se desarrollan: actividades económicas y científicas, especialmente (p.14) –pero también, desde luego, de orden político y militar. Más aún, Chile debe estar presente en el "espacio de interacción" que es el Triángulo Polinésico –cuyos vértices son Pascua, Hawai y la extremidad meridional de Nueva Zelandia (cabo Sur)- y, más allá todavía, en el "cspacio exterior de desarrollo",. hasta las costas asiáticas del Pacífico.
Por lo demás, el proceso chileno de toma de conciencia oceanopolítica ya ha comenzado. Como sus hitos fundamentales tenemos la fundación de Fuerte Bulnes en el estrecho de Magallanes (1843), la elaboración del concepto de zona contigua (al mar territorial) en el Código Civil de 1855, la incorporación de isla de Pascua a la República (1888), el Decreto presidencial N° 1747 de 1940, que fijó los límites de la Antártica Chilena; la Declaración del Presidente González Videla de 1947, fijando la soberanía nacional sobre el zócalo continental e insular, hasta 200 millas marinas –y que dió origen al concepto de Plataforma Continental, integrado a la Convención sobre Derecho del Mar de 1982-; la Declaración de Santiago de 1952, suscrita por Chile, Perú y Ecuador, sobre la soberanía y jurisdicción exclusiva sobre el mar que baña sus costas, hasta 200 millas (la actualmente llamada Zona Económíca Exclusiva); la Declaración presidencial de 1985, que proclamó la soberanía sobre la plataforma continental de las islas de Pascua y Sala y Gómez, hasta 350 millas marinas, y la ley N° 19080, de 1991, que incorporó al ordenamiento político interno de Chile el concepto del Mar Presencial. Es más, considera el Almte. Martínez que hoy el Heartland del Estado chileno se ha desplazado hacia el Oeste y se expresa en el (¿malogrado?) traslado de la sede del Poder LegIslativo a VaIparaiso.
De este modo, el Comandante en Jefe de la Armada propone como acciones de contenido oceanopolítico para Chile el "preservar, ocupar y explotar" el Mar Territorial y el Mar Patrimonial (Zona Económica Exclusiva); "estar y permanecer en la Alta Mar .... entre el Mar Patrimonial del continente (sudamericano) y el Mar Patrimonial de las islas de Pascua y Sala y Gómez" (=Mar Presencial); "influir y fijar lazos de amistad y apoyo mutuo en el triángulo polinésico ... ": "proyectarse política y económicamente" en el gran espacio exterior de desarrollo formado por Australia, Indonesia, Filipinas, China, Japón y Corea. El científico y el hombre de empresa, el urbanista y el educador, no menos que el político. tienen pues aquí un amplio campo para el desarrollo de sus actividades.
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En las circunstancias del llamado "Nuevo Orden Mundial", en que, desaparecida la tensión bélica entre las superpotencias, supuestamente la polícia mundial norteamericana debería evitar conflictos armados –en especial en Hispanoamérica-, los adeptos locales de este orden quisieran reducir y reorientar drásticamente, si no suprimir, las Fuerzas Armadas nacionales. Una cierta ausencia política y un cierto escepticismo alimentan, en nuestras sociedades, esa tendencia. De aquí la mezquina oposición de los gastos militares a los gastos dichos "sociales". Implícitamente, el Almte. Martínez se hace también cargo en su libro de estas nociones.
Es conveniente que, en primer lugar, el jefe de la Marina chilena aclare, para el lego, las relaciones entre Poder Nacional y Poder Militar. El primero se define como "la capacidad que tiene un Estado para conservar la paz en todos los campos de la vida nacional e internacional". Equivale a lo que el autor llama "estatura político-estratégica del estado", que está dada por la percepción externa de la magnitud de los medios humanos y materiales que integran ese Estado. Hay que saber que la vida del Estado se desarrolla entre dos situaciones límite abstractas: paz total o guerra absoluta, que en la práctica no se alcanzan realmente en la vida nacional e internacional, "por la existencia de intereses contrapuestos ... que obligan a que los poderes nacionales interactuen continuamente". Pues bien, el componente militar del Poder Nacional está a cargo de la función básica de conservación del Estado-Nación, a través de la mantención de la paz; por consiguiente, "suprimirlo o llevarlo a la mínima expresión, tarde o temprano haría que la percepción de la estatura político-cstratégica del Estado sea anulada y, con ello, perdidas las condiciones para la paz estable"; "no habría Estado" (p.235).
Ahora, materializar el Poder Nacional en el territorio oceánico tiene un costo mayor que en el espacio terrestre. No sólo eso: "un Estado en regresión o detenido en su desarrollo abandonará el océano y se replegará a la línea de la costa para llegar finalmente a abandonar el mar" (p.237) –y de ello hay más de un ejemplo histórico. Por otra parte, la característica física del océano permite aplicar en cualquier punto del mismo el poder Nacional de cualquier Estado que tenga los medios apropiados para ello: " aquí todo el espacio está abierto a las presiones y acciones que se originen como consecuencia de las conductas de otros Estados"(p.238).
El componente militar del poder Nacional chileno supone una concepción defensiva del espacio geográfico. La función de conservación aludida se entiende comunmente en relación con el territorio. Pero aquí Martínez Busch plantea una pregunta fundamental: ¿y si el territorio nacional ya no es el objetivo directo para un poder Nacional agresor? "¿Qué sucederá si en su reemplazo se intenta modificar o suprimir la cohesión y el sentido de pertenencia que mantienen unidos a la población con el territorio y la soberanía( ... )?" ¿Y si es posible "hacerse del Estado atacado sin violencia física, sobre la base de minar la voluntad por medio del terror psicológico (...)?" Porque, señala el Almirante, "entre las dos posiciones abstractas (paz o guerra) en que se mueve la vida del Estado, aparece ahora una tercera posición, conocida como subversión absoluta (subrayado nuestro. NdlR.), es decir, el cambio total de valores espirituales de la nación". Al igual que con los conceptos de paz total y guerra absoluta, no es necesario que la subversión real cambie efectivamente la totalidad de los valores espirituales: "le basta con alterar el máximo posible (...) para alcanzar su objetivo intermedio y, con ello (...), controlar al Estado-objetivo". Es también aquélla, entonces, una amenaza para la paz y. por lo tanto, debe estar contemplada por el Poder Nacional (pp.240-24I).
Es evidente que la subversión absoluta puede ejercerse fácilmente a través del poder tecnológico, en particular a través del poder audiovisual, y es evidente también, que las potencias dueñas de este poder son las eventuales agresoras. Por otro lado, es bueno que el Almirante Martínez nos recuerde que las Fuerzas Armadas chilenas no son neutrales ante la conducción del Estado, integradas como están en el "cuerpo social y espiritual de la Nación" (p.242). Esta afirmación, que a muchos parecerá escandalosa, se basa claramente en preceptos de la Constitución política del Estado (disposiciones sobre el Consejo de Seguridad Nacional). Enfrentar la subversión absoluta está. entonces, dentro de la competencia de estas Fuerzas Armadas.
Con todo, y tratándose de guerras convencionales, ¿es previsible una guerra para Chile, en las actuales circunstancias internacionales? Es verdad, nos responde Martínez Busch, que la situación actual determinará que los conflictos se acerquen más a la forma de la "crisis" que a la de "conflicto armado". Pero ello no implica descartar el recurso armado. porque siempre será necesario contar con un Poder Nacional capaz de superar la crisis, evitando que derive en una agresión armada (p.260). Por lo demás, en la opinión del Almirante, subsisten tensiones geopolíticas en las fronteras, especialmente en la "frontera marítima oeste" , ''frontera maríma de reales y actuales tensiones geopolíticas" (subrayado del autor), y en la que incluso esas tensiones pueden derivar en un conflicto armado, casi sin pasar por la fase de las crisis. "En esta frontera el estado (chileno) está sufriendo fuertes presiones a causa de la pesca por parte de intereses extranjeros". Pues la pesca a nivel mundial "es hoy día una actividad de características estratégicas" (ídem); quien posea el mayor volumen biológico tendrá especial gravitación en la política mundial ante el agotamiento rápido de las pesquerías tradicionales y el crecimiento constante de la población humana(p.260).
Otro factor de tensión es el tráfico de drogas, que ha convertido a Chile en área de tránsito, lo que implica el uso del mar. Pero el control y represión de este tráfico es una acción colateral (Policía marítima) de la Armada, y no una tarea militar: "usar a toda la Armada para este accionar sería un grave error de naturaleza que desvirtuaría el objeto mismo de la fuerza armada". No escapa al Almte. Martínez que existe hoy una tendencia fuerte, lanzada desde la superpotencia dominante y que encuentra eco en ciertos ambientes locales, a ver en el control del narcotráfico un objetivo propio y, más aún, la razón de la existencia de las Fuerzas Armadas. Olvida –apunta el Almirante- que la drogadicción "es, antes que todo, consecuencia de la pérdida de la formación espiritual de esa persona". En otras palabras, el narcotráfico es más el problema de la existencia de un mercado que el de países productores o de tránsito(Pp. 261-262).
Pero, en este "mundo unipolar", ¿puede encontrarse Chile en un área de mayor interes mundial? Considerando: a) la posición geográfica frente a las rutas marítimas del comercio mundial; b) la existencia de un punto de confluencia de estas líneas de comunicación marítimas, tenemos ese punto de confluencia en el área del estrecho de Magallanes-paso de Drake. "Estamos de lleno en un área de interés mundial, máxime si además somos el apoyo más cercano y directo de la Antártica". Por consiguiente, hay que tener la mayor cautela "para no precipitarse en un análisis optimista que lleve a pensar que han desaparecido los factores de una amenaza militar político-estratégica global" (p.263). En concreto, para Chile sólo hay dos cambios fundamentales en la situación mundial: la consolidación de su frontera marítima, y el hecho de que se vaya a recurrir con mayor frecuencia al "método de la crisis" para resolver los conflictos internacionales. Esa frontera marítima, y la existencia del Mar Presencial, determinan datos nuevos: la vecindad con Inglaterra y Francia en el Océano Pacífico. "Pero también esta concepción abre mejores espacios de intereses comunes con otros Estados del continente americano" (ya se habló de la Declaración de Santiago, que reunió a tres Estados sudamericanos del Pacífico en una política que los enfrentaba a las grandes potencias marítimas). En suma, hay cambios en las formas, insiste el Almte. Martínez, "no en la esencia misma del fenómeno conflicto y amenaza, que es parte integral de la vida del hombre y del ente político-jurídico llamado Estado"(p.265).
Y como conclusión (p. 266), un gran desafío y un programa para Chile: "la extensión del territorio oceánico de Chile, el carácter estratégico de la pesca, la dependencia de las líneas de comunicación marítimas para asegurar el desarrollo nacional, la posición geográfica en relación al tráfico mercante mundial y las presiones geopolíticas, hacen necesario mantener un poder naval conformado por buques de capacidades oceánicas y no costeras (...). No puede pensarse en dejar que las Armadas de países ubicados en otros continentes ocupen el espacio oceánico que nos rodea" (subrayado del autor).
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La obra del Almte. Martínez Busch es una obra novedosa, que abre perspectivas inquietantes, La oceanopolítica nos muestra no sólo un destino oceánico, sino también, de hecho, un territorio fundamentalmente oceánico, con nuevos intereses, nuevos problemas, nuevos desafíos. Sin duda, hay intereses comunes entre los países ribereños del "océano hemisférico austral", pero, ¿basta la existencia de estos intereses para que exista una comunidad? No es que el autor plantee que sea así. Hay que tomar en cuenta, evidentemente, los elementos de lengua, historia y política. Dicho de otro modo, Australia y Nueva Zelandia pueden ser hoy buenos compradores y/o vendedores, pero no se debe olvidar que forman parte de otra concepción geopolítica global; de hecho, están enfeudadas a la hegemonía marítima anglo-norteamericana. Porque, cuando el Comandante en Jefe de la Armada de Chile apunta a las naves de guerra "de países ubicados en otros continentes", presentes en nuestro espacio oceánico, como cuando alude a las potencias capaces de practicar una "subversión absoluta", o a las potencias que pueden discutir a los Estados ribereños el acceso a los recursos del mar que baña sus costas, no puede dejar de pensarse, en primer término, en la potencia "talasocrática" por excelencia, Estados Unidos.
 Luego, la visión oceanopolítica, "oceanocéntrica", debe complementarse con una visión geopolítica en sentido estricto, "continentecéntrica". El Almte. Martínez se refirió a los nuevos intereses comunes con países americanos que la concepción del espacio oceánico hace surgir. Estos intereses comunes son tales de llevar a superar las tensiones geopolíticas derivadas de fronteras vecinales terrestres. Se trata en primer lugar, claro, de los países del Pacífico. Mas la concepción del océano hemisférico austral en el cual se inserta Chile, ¿no exige pensar en el Atlántico Sur, cuyas llaves poseen Brasil y Argentina –pero donde se encuentra un enclave intruso de la geopolítica marítima anglosajona (las Malvinas)? Por otra parte, al "Heartland" oceánico debe corresponder un "Heartland" terrestre, lo que nos lleva a considerar a Sudamérica en su conjunto. Alberto Edwards hablaba de Tacna como capital de su "Confederación del Pacífico" (cf. "La guerra de Sudamérica contra el Norte", CC 24); Godofredo Iommi, de Santa Cruz de la Sierra como "capital poética de América” (poética porque geopolítica, acotamos nosotros –cf. "Amereida. Una geopolítica de América" , CC 34). El Almte. Martínez habla de Arica como salida natural de todo el Hinterland de América del Sur (p. 183). ¿No se trata de la intuición de un área geopolítica vital, donde se encuentran el Océano y el Interior americano?
Son muchas las ideas que suscita la obra de Jorge Martínez Busch. La cuestión es si Chile –y si los demás países hispanoamericanos- estará(n) a la altura de esta llamada geopolítica del destino.
G. ANDRADE



*J. Martínez Busch: Oceanopolítica: una alternativa para el desarrollo. Ed. Andrés Bello, Santiago, 1993, 270 pp.


GRAN GOLISMO Y 
GEOPOLITICA DEL PACIFICO

ACERCA DE UN LIBRO DE GEOPOLITICA TRASCENDENTAL*



A
 más de un cuarto de siglo de su desaparición, la figura de Charles de Gaulle sigue siendo evocadora. Aunque algunas de sus actuaciones pudieran haber sido discutibles, el hombre que propuso para Francia y Europa un nuevo papel en el mundo: que rompió con la OTAN y lanzó el "vive le Québcc libre!" en el corazón del continente anglosajón: que tendió la mano al mundo árabe-islámico y a América Latina, tiene que constituir un referente que se echa de menos en las actuales circunstancias políticas mundiales
Precisamente de cara a las elecciones presidenciales de mayo en Francia, Jean Parvulesco ha evocado en Les Fondements géopolitiques du 'grand gaullisme' la figura del fundador de la V República Francesa. No en el significado político contingente que pudo tener ayer, sino como encarnación de un proyecto permanente, de un “concepto absoluto”: como una geopolítica revolucionaria, europea y planetaria. Se trata del “gran golismo”, diferente del golismo oficial, al interior del cual se ha limitado a sobrevivir –como en un “campamento fortificado” -, esperando su hora. Está por verse aún si esa hora ha sonado con la ocupación del Elysée por Jacques Chirac.
Es, pues, de la geopolítica de qué se trata ¿Por qué la geopolítica? Jean Parvulesco, novelista y poeta, hombre de talante legitimista y católico, a la vez inclinado a doctrinas tradicionales de Oriente o de Occidente, como la alquimia y el tantrismo (cf. N. Steiner-Orlov, “Testimonio sobre una gran novela iniciática. La Estrella del Imperio Invisible, de Jean Parvulesco”, CC 35) –es decir, alguien que se tendría a priori por poco interesado en las cuestiones geopolíticas- responde así a esa pregunta en una entrevista reciente: “Después del fin vergonzoso de las ideologías –de todas las ideologías y, pronto ( ... ) también, de aquella llamada de los derechos humanos- la historia, bruscamente, acaba de encontrarse sola  ( ... ). La geopolítica es la historia que adviene”. Y, no obstante, lo menos que se puede decir es que Los fundamentos geopolíticos del 'gran golismo' es una obra poco “ortodoxa”, si de geopolítica se trata: una obra que cita a Nietzsche, a Heidegger y a... Savitri Devi Mukherji: en la que se afirma que “la poesía es constitutivamente el arma secreta de la geopolítica”, y que “el fuego interior de la geopolítica es el fuego mismo de la tragedia”.
Es que Parvulesco distingue de la geopolítica convencional la geopolítica trascendental. La primera, de Ratzel a Vidal de la Blache, de Mackinder a Kjellen y Haushofer, permanece dependiente de los datos materiales: ciencia inmanente, expresión de un materialismo que “encuentra en la historia en marcha los fundamentos de su propia historicidad”. Pero, ¿no era la geopolítica de Haushofer, en el fondo, una gnosis, y no decía el propio Haushofer que todos
sus escritos y las conclusiones de sus trabajos no eran más que piedras de construcción –Bausteinen für die Zukunft- para una geopolítica futura? La geopolítica trascendental es esa geopolítica futura y última: “una gran aventura espiritual, un camino peligroso hacia el corazón de ciertos territorios de conciencia prohibidos y muy altos, una aproximación visionaria de los 'fines últimos', cósmicos, polares (...): una gnosis activa, viviente y presente, actuante en el curso de la historia e incluso, tal vez, ulteriormente destinada a decidir del sentido último mismo del mundo y de nuestro paso por el mundo” (pp, 16-17). Y Parvulesco, que no vacila en hablar de gnosis, se revela en última instancia providencialista, y consciente de una inminencia escatológica. La historia concluye, pues, para Parvulesco, pero no por un mero devenir ascendente, por el sensato y racional acceso a una etapa “final” , sino dramáticamente, por la irrupción de algo que ya no es historia. sino suprahistoria.
Lo cual no quiere decir que la geopolítica trascendental, que es la geopolítica del “gran golismo”, no vuelva sin cesar al nivel del combate histórico-político más inmediato. Sus supuestos son las tesis clásicas de Mackinder y de Haushofer: la oposición entre la potencia continental de la “Isla del Mundo”, el gran continente eurasiático, el Kontinentalblock, y el Sea power, el “imperio oceánico” , hoy detentado por Estados Unidos (ver “Por una geopolítica americana”, CC 27).
El gran continente eurasiático, del Atlántico al Pacífico, es el “espacio ontológico” de la conciencia geopolítica “gran golista”: futuro Imperio Eurasiático del fin, Imperium Magnum, Imperium U1timum. Pues he aquí el primer concepto operativo fundamental de esta geopolítica: el de Endkampf, “combate final por la dominación del mundo”. Dado que la geopolítica significa la puesta al día de un superproyecto estratégico tendiente a la dominación final del mundo (p.48), el concepto de Endkampf la define, es su fin supremo y su único medio de acción, “única razón actuante de la historia mundial en su marcha hacia adelante”. El Endkampf se resuelve en el Imperium Ultimum.
El segundo concepto operativo fundamental de la geopolítica trascendental es el desplazamiento dialéctico del núcleo vital, o centro de gravedad, del Gran Continente Eurasiático. Entendamos que el núcleo ontológico permanece al interior del Gran Continente –protegido por la masa del Pamir y los Himalaya, y por los hielos árticos-; es el núcleo dialéctico el que se desplaza hacia el Sureste, hacia el Océano Indico- Parvulesco reformulaba así en 1974 el axioma de Mackinder: quien controla el Océano Indico controla el mundo- y, más allá, hacia el Pacífico. Atención: el Océano Pacífico aparece ahora como centro de gravedad del mundo.
El tercer concepto es el de “identidad trascontinental” de toda potencia que aspire al status de potencia político-planetaria total. Parvulesco propone el concepto de francité (“francidad”) como expresión de esta identidad transcontinental; se comprende así la importancia de la apelación de De Gaulle al Québec francófono.

En cuanto al Imperium Ultimum, su advenimiento procede en tres tiempos: 1°), el tiempo de la reunificación federal imperial del Gran Continente, versión golista renovada y reforzada del Kontinentalblock de Haushofer. Sus núcleos o focos contra-estratégicos son a), el frente occidental, el eje Madrid-Roma-París- Bruselas- Berlin; b), el corazón continental de Rusia y la Gran Siberia, y c), los contrafuertes continentales y oceánicos de la India y del Japón. Un símbolo de los futuros Ejércitos Imperiales grancontinentales es el desfile de una brigada alemana en París, que estaba prevista para este 14 de Julio.
2°) El paso de las contra-estratégias interiores defensivas del Gran Continente, en la lucha por su identidad como tal y su unidad imperial, a las estrategias exteriores, ofensivas, destinadas a asegurar su descercamiento –pues lo cerca por todos los mares el Imperio Oceánico-y la “reapropiación ulterior de los espacios oceánicos exteriores y de las tierras que (le) pertenecen preontológicamente (...)”, actualmente en poder del Imperio Oceánico. Supone este “desbloqueo” una estrategia naval planetaria y las consiguientes fuerzas navales estratégicas grancontinentales: “una nueva y suprema Invencible Armada, símbolo mismo de la lucha entre el Imperio Oceánico y el Imperio Continental, “dimensión mística, escatológica, de la Invencible Armada católica e imperial que, después de 1588, 'se había retirado a lo Invisible'”. Prefiguración de esta flota imperial grancontinental es el portaaviones estratégico francés que está por ser botado y que llevará, precisamente, el nombre de Charles de Gaulle. Anotemos que este “descercamiento” del Gran Continente debe relacionarse con el desplazamiento del centro de gravedad del mismo hacia el Indico y el Pacífico.
3°) La conjunción final del Gran Continente y el poder oceánico, en la forma del Imperium Ultimum, concepto que, como ya se advirtió, tiene en el pensamiento de Parv ulesco conotaciones escatológicas y místicas-incluso mañanas (p.29).
En relación con el segundo punto, Parvulesco nos recuerda que toda concepción imperial implica una concepción geopolítica de la lejanía, del “misterio de la lejanía”. El centro de gravedad de la geopolítica británica se encontraba, en su mejor tiempo, “al Este de Suez”, la Alemania de los Hohenzollern concibió la marcha hacia el Océano Indico, con el ferrocarril Berlín-Bagdad, al África Oriental alemana y los archipiélagos del Pacífico (de Bismarck, Tierra del Emperador Guillermo o Nueva Guinea, islas Marianas, etc.). Rusia pudo reencontrar su vocación imperial de lejanía recién en 1957, cuando botó su gran flota orgánica: la Okeanska. El poder oceánico corresponde hoy a Estados Unidos: y es “hacia el Pacífico y sólo en el Pacífico que (...) se ejerce y despliega la propensión expansionista inmanente de Estados Unidos”. Lo que viene a subrayar el papel del Océano Pacífico como nuevo centro de gravedad planetario.
Sentado esto, se comprende la importancia fundamental de la presencia de Francia en el Pacífico, y la reafirmación de su poder nuclear: Chirac hoy, como De Gaulle o Pompidou ayer, desafían implícitamente a la superpotencia oceánica en su área propia de expansión y centro de gravedad mundial. Francia representa aquí la avanzada del Gran Continente eurasiático, del Kontinentalblock aún por constituirse. Es ya, en una forma latente o como prefiguración, la lucha –¿final?- entre el Imperio Oceánico y el Imperio Grancontinental.
Se comprende también la importancia de esta confrontación para la nación con más extensa costa sobre el Pacífico: Chile. En las autoridades navales chilenas hay cierta conciencia de los destinos en juego en el Pacífico –de ahí las tesis sobre oceanopolítica (ver artículo adjunto)-; pero, claro está, Chile no tiene los medios para una geopolítica exclusiva y soberana en el Océano. La presencia nuclear francesa puede aparecer en lo inmediato vulnerando sus intereses, pero no es así si se toma en cuenta el trasfondo de las protestas “eco-sentimentales” contra Francia, y si se coloca la situación en la perspectiva planetaria. Entonces, ¿estará Chile con el Imperio Oceánico –que, por su propia concepción geopolítica cercena su soberanía-, o con el Imperio Eurasiático en proceso de “descercamiento” y en vías de hacerse oceánico-y con el cual es, como diría Parvulesco, “ontológicamente” mas afín? En otros términos: o con el orden mundial de la única superpotencia, o con la posibilidad de un equilibrio de poder en el mundo.
La pregunta atañe, desde luego, a toda la América Románica (para emplear la justa expresión difundida entre nosostros por Carlos A. Disandro, cuyo artículo postumo versó precisamente, sobre el destino marítimo de esta América; cf. “La joven América y el Mar”, La Hostería Volante N° 40, feb. 1994, La Plata, Argentina). Y con ella volvemos a la geopolítica del “gran golismo”. Parvulesco, en efecto, ve a esta América “preontológicamente predispuesta a reencontrar, por sí misma, en sí misma, sus relaciones identitarias profundas con el Gran Continente, y esto en los términos mismos del voto constituyente de su propia liberación continental” (p.27). Así pues, más que una alianza, lo que se prospecta es la convergencia radical de la América Románica, América andino-polar, en su liberación revolucionaria –“Segunda Guerra de la Independencia”-, con el Gran Continente en su proceso de descercamiento. La geopolítica trascendental del “gran golismo” tiene, como se ve, mucho que decir a América Románica. Recogemos todavía algunas palabras de su autor, a modo de mensaje: “sin toma (príse) directa sobre el devenir fundacional de la historia, no hay pensamiento geopolítico decisivo, ni siquiera simplemente pensamiento geopolítico”. Y en paráfrasis nuestra: no habrá acción geopolítica revolucionaria en la historia y en el mundo si esta América no encuentra un concepto viviente, heroico y total de su propio destino imperial continental..., fundado justamente en su “voto de liberación”.
E.R.



*J. Parvulesco. Les Fondaments géopolitiques du 'grand gaullisme', Guy Trédaniel Editeur, París, 1995, 145 pp.

Publicados en Ciudad de los Césares N° 40, Agosto / Septiembre de 1995.