CONSIDERACIONES SOBRE EL ANARCA
l.
A partir de la novela de Ernst Jünger, Eumeswil (1977), se habla mucho en algunos círculos del Anarca, como una figura o tipo que encarnaría el distanciamiento frente a los aspectos peores de la última Modernidad; o como un camino a seguir, el único digno para hombres de verdad libres. Nos interesa, en consecuencia, repasar el texto de Jünger para verificar lo que puede haber de tal figura.
Como en Heliópolis,
en Eumeswil Jünger nos presenta un mundo aún por llegar: se vive
allí el estado de cosas consecutivo a los Grandes Incendios –una guerra
mundial, evidentemente- y a la constitución y posterior disolución del Estado
Mundial. Un mundo simplificado, en que aparecen formas semejantes a las del
pasado, los principados de los Khanes, las ciudades-estados. El nombre de la
ciudad de "Eumeswil" viene de su fundador, Eumenes: éste es el nombre
de un personaje cuya biografía escribió Plutarco: secretario de Alejandro Magno
y, luego de su muerte, uno de los diádocos o sucesores que lucharon por los despojos del imperio
del Macedón. Al elegir e! nombre de esta figura histórica, Jünger quiere marcar
el carácter postrero del ambiente que da a su novela; como el de la
época helenística que sigue a Alejandro, como en Alejandría, ciudad sin raíces
ni tradición. De análogo modo, en la sociedad de Eumeswil las distinciones de
rangos, de razas o de clases han desaparecido; quedan sólo individuos, sólo
distinguidos entre ellos por los grados de participación en el poder. Se posee
aún la técnica, pero como algo más bien heredado de los siglos creadores en
este dominio. La técnica permite, por ejemplo –y éste es otro rasgo "alejandrino"-,
un gran acopio de datos sobre el pasado, pero este pasado ya no se comprende.
Como en
Heliópolis, se enfrentan en Eumeswil dos poderes: el militar y el popular,
demagógico, de los tribunos. Del elemento militar ha salido el Cóndor, el
típico tirano que restablece el orden y, con él, las posibilidades de la vida
normal, cotidiana, de los habitantes. Pero se trata de un puro poder personal, informe,
que ya no puede restaurar la forma política desvanecida. Por lo demás, tampoco en Eusmewil se tiene la ilusión de la
gran política; no se trata siquiera de una potencia, viviendo como vive bajo la
discreta protección del Khan Amarillo. En suma, son las condiciones de la
"civilización" spengleriana, las de toda época final en el decurso de
las culturas. "Masas sin historia", "Estados de fellahs",
dice explícitamente Jünger.
No entran, sin
embargo, en nuestro actual interés los juicios de Jünger que recaen sobre
nuestra propia época, o sobre tendencias hoy en desarrollo. Se trata, por lo
general, de agudas y profundas observaciones: "La libertad comienza donde
se acaba la libertad de prensa"; "uno de los símbolos de los espacios
sin historia son los desechos", u otras. Quienes conocen la vida universitaria,
por ejemplo, sentirán la terrible verdad que encierran algunas sentencias de
las páginas 32 y ss. y 299 (2a ed. española, 1981).
Entrando en
materia: el protagonista y narrador de la novela es Martín Venator
-"Manuelo" en el servicio nocturno de la alcazaba del Cóndor. El
nombre no es simbólico; Venator no es un "cazador". Tiene de tal el
ser un observador cuidadoso, pero no es su intención cobrar una presa. Es un
historiador de oficio: aplica al pasado sus cualidades de observador, y de allí
las reflexiones sobre el tiempo presente. Su modelo, sin duda, es Tácito:
senador bajo los Césares, celoso del margen de libertad que aún puede
conservar, escéptico frente a los hombres y frente al régimen imperial. Venator
es también camarero, barman, en la alcazaba: como en las cortes de otra
época, el servicio personal y doméstico al señor resulta ennoblecido. El
camarero suele ser asimismo un observador, y en este terreno se encuentra con
el historiador.
El historiador
se retira voluntariamente al pasado, donde se encuentra en realidad "en su
casa", y en esta medida se aparta de la política. La derrota, el exilio,
han sido a veces la condición del desarrollo de uiia vocación historiográfica, –Tucídides
en la Antigüedad, por ejemplo; pero en otras ocasiones el historiador ha tomado
parte activa en las luchas de su tiempo. En la novela, el padre y el hermano de
Venator, igualmente historiadores, están ideológicamente
"comprometidos": buenos republicanos, liberales doctrinarios, cautos
enemigos del Cóndor mas ajenos al mundo de los hechos que éste representa.
Ellos deploran que "Manuelo" haya descendido a tan humilde servicio
al tirano.
Servicio, sí,
fielmente prestado, pero en ningún caso incondicional. Entre los enemigos del
Cóndor están los anarquistas: conspiran, ejecutan a veces atentados... Nada que
la policía del tirano no pueda controlar. De ellos se diferencia netamente
Venator: no es un anarquista, es un anarca.
2.
El anarca debe ser distinguido, en primer lugar, de las otras figuras, las otras individualidades que se alzan, cada una a su modo, frente al Estado y la sociedad: el anarquista, el partisano, el criminal, el solipsista; o también, el monarca absoluto, como Tiberio o Nerón. Pues en el hombre y en la historia hay un fondo irrenunciable de anarquía, que puede aflorar o no a la superficie, y en mayor o menor grado, según los casos. En la historia, es el elemento dinámico qne evita el estancamiento, que disuelve las formas petrificadas. En el hombre, es esa libertad interior fundamental. De tal modo que el guerrero, que se da su propia ley, es anárquico, mientras que el soldado no. Cristo es anárquico, en tanto que Pablo no. El anarquista, en aparente paradoja, no es anárquico; aunque algo tiene, sin duda. El anarquista es el arquero que yerra el blanco, el jinete que al oir la señal arranca en dirección contraria. Es un ser social que necesita de los demás; por lo menos, de sus compañeros. Es un idealista que, al final, resulta determinado por el poder. "Se dirige contra la persona (del monarca) pero asegura la sucesión".
El anarca, por
su parte, es la "contrapartida positiva" del anarquista. No es
antagonista del monarca, sino más bien su polo opuesto. Tiene conciencia de su
radical igualdad con el monarca; puede matarlo, y puede también dejarle la
vida. No busca dominar a muchos, sino sólo dominarse a sí mismo. A diferencia
del solipsista, cuenta con la realidad exterior. No busca cambiar la ley, como
el anarquista o el partisano; no se mueve, como éstos, en el terreno de las
opciones políticas o sociales. Tampoco quiere transgredir la ley, como el
criminal; se limita a no reconocerla. El anarca, pues, no es hostil al poder,
ni a la autoridad, ni a la ley; entiende las normas como leyes naturales:
cuando llueve, hay que abrir el paraguas; y quitarse el sombrero si hace calor.
Respeta las leyes tal como las señales del tránsito; el anarquista, en cambio,
se asemeja al peatón que las ignora y muere atropellado.
No adhiere el
anarca a las ideas, sino a los hechos. Está convencido –a fuer de historiador,
dice Venator; mas en realidad éste habla aquí como anarca- de la inutilidad de
todo esfuerzo ("tal vez esta actitud tenga algo que ver con la sobresaturación
de una época tardía"). Neutral frente al Estado y a la sociedad, tiene en
sí mismo su propio centro. Los regímenes políticos le son indiferentes; ha
visto las banderas, ya izadas, ya arriadas "como las hojas, en mayo y en
noviembre". No obstante, el anarca puede cumplir bien el papel que le ha
tocado en suerte. Venator no piensa desertar del servicio del Cóndor, sino, por
el contrario, seguir lealmente hasta el final. Pero porque él quiere; él decidirá cuando llegue el momento. En definitiva, el
anarca hace su propio juego y, junto a la máxima de Delfos, "conócete a tí
mismo", elige esta otra: "hazte feliz a ti mismo".
La figura del
anarca resplandece verdaderamente, como la del hombre libre frente al Estado
burocrático y a la sociedad conformista de la actualidad, en algunas páginas de
Jünger: "los eunucos se agrupan para privar de su poder al pueblo, en cuyo
nombre tienen la osadía de hablar... El deseo más último del eunuco es castrar
al hombre libre. Y así, se promulgan leyes, en virtud de las cuales 'hay que
acudir corriendo al fiscal, mientras violan a tu madre’". En otras
ocasiones parece más bien mezquina: "quien, en medio de los cambios
políticos, permanece fiel a sus juramentos, es un imbécil, un mozo de cuerda
apto para desempeñar trabajos que no son asunto suyo". "(El anarca) sólo
retrocede ante el juramento, el sacrificio, la entrega última". "Solo
cabe una norma de conducta" -dice Attila, médico del Cóndor, a su modo
también anarca- "la del camaleón..."
3.
La pregunta es si el anarca constituye una figura ejemplar –esto es: para cierto tipo de hombres que no se reconozca en las producciones sociales últimas. Pues si la del anarca es la "actitud natural" –hay que agregar que se encuentra también en "el niño que hace lo que quiere" (cf. J. Hervier, Conversaciones con Ernst Jünger, 1986; recensión en C.C. 20)-, entonces nos hallamos ante simple situaciones de hecho que no tienen ningún valor normativo ni ejemplar. Desde siempre, en efecto, los hombres han querido rehuir el dolor y buscar lo agradable; por otro lado, apartarse de una sociedad decadente y que llega a ser asfixiante es una cosa sana. El anarca tampoco es el Calicles del Gorgias platónico, que sostiene que las leyes son sólo una trampa para enredar al hombre fuerte por naturaleza: que éste debe deshacerse de todas esas trampas y mentiras. Como hemos visto, el anarca no se levanta contra las leyes, sino que cuenta cor ellas. Venator invoca a Epicuro como modelo: debería haberse referido más bien a Aristipo de Cirene, discípulo de Sócrates y fundador de la escuela hedonista, quien proponía una vida radicalmente apolítica, "ni gobernante ni esclavo", con la libertad y el placer como únicos criterios. Jünger reconoce de buena gana que el tipo del anarca se encuentra, socialmente, en el pequeño-burgués, piedra de tope de más de una corriente de pensamiento: es ese artesano, ese tendero independientes y ariscos frente al Estado La figura del anarca es más familiar al mundo anglosajón, especialmente al norteamericano, con su sentido ferozmente individualista y antiestatal: del cow-boy solitario o del out-law al "objetor de conciencia". Tiene su lado valioso, sin duda: el "derecho de cada ciudadano a poseer su rifle", que sostienen ciertos ambientes norteamericanos, está en la mejor línea del anarca y del rebelde contra la masificación burocrática. Se sabe, desde luego, en que condiciones sociales específicas han florecido estos modelos.
Pero las
sociedades "post-modernas" actuales se distinguen por el más vulgar
hedonismo; su tipo no es el del "superhombre", sino el del
"último hombre" nietzschiano, el que cree haber descubierto la
felicidad. El tipo del "idealista" y del "militante"
pertenecen ya a etapas superadas; hoy, es el individuo de las sociedades
"despolitizadas", soft,
que toma lo que puede y rehusa todo esfuerzo. ¿En qué se diferencia de este
tipo humano el anarca? Sin duda, por lo menos –y no es pequeña diferencia- en
que el segundo está libre de las ataduras sentimentales, ideológicas y moralistas
que aún caracterizan al primero.
Es verdad, la
figura misma de Venator está "históricamente" condicionada: aparece
colocada en una de esas épocas postreras en las cuales nada se puede ya
esperar. Habría que esclarecer si efectivamente nuestra propia época es una de
aquéllas. Pero lo dicho sobre anarca tiene un alcance más universal: en cualquier tiempo y lugar se puede ser
anarca, independientemente de las condiciones exteriores. Está bien: se puede
concebir una situación extrema en que lo único que importe salvar sea la
libertad interior. Mas el anarca no necesariamente vive situaciones extremas;
¿por qué habría de colocarse en una tal?
La senda del
anarca termina en la retirada. Venator ha estado organizando una
"emboscadura" temporal –según el mismo Jünger recomendaba en una obra
anterior, Der Waldgang (1951)-, para el caso de caída del Cóndor. Al
final, seguirá a éste, con toda su comitiva, en una expedición de caza a las
selvas misteriosas más allá de los confines de Eumeswil: una emboscadura
radical, o la muerte. no se sabe el desenlace. Del mismo modo, en Heliópolis,
el comandante Lucius de Geer y sus compañeros se "retiran" en un
cohete, con destino desconocido. Pero es, sí, después de haber luchado sus
batallas; tal como los defensores de La Marina, en Sobre los Acantilados de
Mármol, no buscan refugio sino después de dura lucha con las fuerzas del
Gran Guardabosques. ¿Habrá que entender esas "retiradas" en un sentido
esotérico, como el "paso" a un estado superior? La fugaz alusión a
experiencias de tipo iniciático en Heliópolis y en Eumeswil no autorizan una
tal interpretación; el anarca pertenece a un plano enteramente
"exotérico" o "profano".
Por cierto,
Jünger mismo no siempre ha actuado como anarca; no como Venator, por lo menos.
Bajo Hitler hubiera podido ser más que un camarero, si lo hubiese querido; le
habría bastado con un gesto de buena voluntad (Por el contrario, su
apartamiento crítico le hubiera podido traer malos ratos, si el mismo Hitler no
hubiese dicho a sus impacientes subalternos: "a Jünger, déjenlo
tranquilo". Cf. entrevista a Jünger en L'Express, 11 -17 de enero
1971). ¿O acaso la diferencia está en que el Führer no era un dictador militar,
como el Cóndor, sino un tribuno popular? Si es así, resulta entonces que al
anarca no son del todo indiferentes las situaciones políticas.
Hay que
distinguir, claro está, diversas vocaciones humanas. La acción cuadra a las
naturalezas activas, a los "guerreros", a los kshatriya –en terminos de la tradición hindú. No puede medirse por
la medida de éstos a todo genero de hombre; las vocaciones contemplativas también
tienen su derecho. Mas el anarca, ¿en qué línea se sitúa?
A este respecto,
puede ser ilustrativa la comparación del anarca de Jünger con el "hombre
diferenciado" de Julius Evola, dado que cierta semejanza hay. En Cavalcare
la tigre (1961), este último proponía a cierto tipo de hombres el camino de
la apolitia, que partía de la comprobación de la ausencia actual de Estados,
partidos o movimientos que representaran una idea superior y a los cuales se
pudiera adherir incondicionalmente: desinterés, por lo tanto, y desapego por
todo lo que hoy en día es "política". Pero, aparte de que para Evola
la vida misma en el "mundo de la disolución" puede tener carácter de
prueba –en una perspectiva diferente a la de Jünger-, el desapego recomendado
es una actitud interior, que no obsta a una eventual acción política, siempre
que importe sólo la acción en sí y
su carácter impersonal; siempre que no se vea comprometido el ser (cf. Hieromnemon,
"Evola. Rebelión contra el mundo moderno", C.C. 16; M. Ghio,
"Cabalgar el tigre en 1992", C.C. 24). Y en unas páginas
dirigidas al joven anarquista de derecha, Evola considera con mayor
énfasis el activismo político. Aunque sea difícil –dice- encontrar en la
actualidad un grupo político, un frente o un partido que defienda verdaderamente
las ideas por las cuales vale la pena batirse, de todas maneras afirmar una
"presencia" por la acción será siempre útil. Incluso, llega a
contemplar las posibilidades de la acción violenta, de una especie de Santa
Vehme "capaz de tener a los principales responsables de la subversión
contemporánea en un estado de inseguridad física constante" (L'Arco e
la Clava, 1971, 2a. ed.).
También Evola
era escéptico respecto de las posibilidades políticas del presente. De
cualquier modo, señalaba una vía más matizada –por que tomaba más en cuenta
distintas circunstancias- y, al mismo tiempo, más acorde a naturalezas activas
que la vía del anarca. Pues, como –desde otra posición- decía Sócrates a
Aristipo: "lo que tú dices sólo puede tener algún sentido si la senda de
que hablas evita también pasar a través de los hombres, igual que evita el
gobierno y la esclavitud" (Jenofonte , Memorabilia, II, 1).
E..J.A.
Publicado en Ciudad de los Césares N° 28, Enero/Febrero de
1993.